Esta
semana interfiestas estoy trabajando mañana y tarde en la oficina.
Tengo la suerte de tener jornada intensiva durante el año pero
cuando llega la época de las vacaciones mi compañera y yo vamos al revés que
todo el mundo y es cuando más horas nos toca hacer y las peores, porque apenas
hay trabajo.
Siete
y media de la mañana. Llega el metro. Me desplazo un poco para entrar al vagón
de al lado que parece menos lleno -ya de por sí poco llenos estos días en los
que trabajamos una minoría a juzgar por la de sitios libres que hay-. Me siento. ¿Leo o escucho? Llevo días
"escuchando" porque acabo con la vista bastante cansada pero echo de
menos leer una buena historia. Me decido a leer. Mala decisión.
Entra
una mujer cantando. La conozco. De vista. Y de oídas, ¡cómo para no haber
reparado en ella! La he oído caminar por el andén de una de las estaciones por
las que paso hacia mi primera parada. Es una fanática religiosa que va
arengando a todo el mundo y a nadie en particular, a voz en grito, diciendo
cosas como "¡¡Arrepiéntete!! ¡¡Ama a Cristo!!" y cosas del estilo. Su
aspecto exterior es bueno, va bien vestida, no parece que pase hambre, ni que
esté viviendo en la calle ni que por lo tanto haya perdido unos cuantos
tornillos, lo que por otra parte sería comprensible en una situación así y
suscitaría más lástima que otra cosa.
Tenemos el honor de que
se suba a nuestro vagón. Nos infla las orejas y la cabeza de doctrina servil a
Dios, de la vida en adoración al Señor, de que no nos podemos quejar de que en
nuestras casas las cosas no vayan bien si no le amamos, etc etc. Nos da
lecciones interminables de fanatismo, nos cuenta que a su casa van mujeres a
las seis de la mañana a rezar ¡a las seis de la mañana!. Y digo yo, ¿qué hace
ella en el metro que no está rezando con ellas? Los del vagón de hoy hubiéramos estado muy agradecidos si hubiera decidido acompañarlas. También me he acordado de sus vecinos. Como
recen igual de alto que esta mujer habla seguro que ninguno se levanta tarde.
Yo
sin poder leer una línea menos de cinco veces. Al llegar a la segunda estación
de mi recorrido pienso: "bueno, ya está, se baja y ahora a pegar voces por
los andenes". Pues no. Sigue. Se suben pasajer@s nuev@s. Resoplan.
Murmuran. Uno pierde los nervios y pregunta tan alto como ella: "¿te queda
mucho?". Inútil en el mejor de los casos. Esta mujer está en trance. Le
ignora. ¿Habrá desayunado galletitas psicodélicas? El hombre desesperado, se
baja y se cambia de vagón. De fondo se oye la música frenética de un
acordeón de alguien que estará tocando
para ganarse unos eurillos (o eurazos que yo creo que se sacan una pasta gansa
al final de la jornada). En ese momento siento que amo a todos los músicos y
artistas ambulantes que realmente hacen algo para ganarse el dinero. Es un
concepto de trabajo sutil pero por dios, ¡no, por dios no!, ¡por favor! que
alguien se lleve a esta tipa.
Empiezo
a tener pensamientos asesinos.
Así
hasta seis estaciones. Parece poca cosa pero allí dentro, atrapados entre ese
espacio reducido y la intención de llegar a tiempo al trabajo no es baladí
tirurí.
Me
contengo. Me resigno a leer la misma página cinco veces, los párrafos en orden
aleatorio, total no me estoy enterando de nada. Se me ocurren mil argumentos
que rebatir a la individua. Cojo un punto y seguido y de carrerilla me impulso
y me leo una frase de un tirón. Parece que lo he conseguido. Estoy en mitad de
la siguiente frase y oigo a la mujer desenfocada, de fondo, pero su palabras
crecen y las vuelvo a tener en mis oídos.
Se
baja por fin y respiramos todos de alivio. Se baja en la estación en la que ya
la he visto gritar otras veces. ¿Aprovechará su viaje al trabajo para
convertir? Cuando la ves por primera vez piensas que va a sacar agua bendita y
la va a asperjar a todo lo que se mueva y/o respire. Apenas me he recompuesto y
ya me va a tocar bajarme a mí para el transbordo. Voy a cambiar de lectura.
Llevo varios días intentando leerme un ensayo que está bien pero que no es apto
para esas horas tan tempranas. Lo marco y busco otro libro (electrónico. La
biblioteca de Alejandría no se quemó, la llevo yo en el bolso. Ojalá.) Hojeo
las carátulas. Mmmmmm.
Camino
por el interminable pasillo de todos los días y llego al andén para retomar mi
trayecto en otra línea. Me subo al vagón. Por fin puedo leer tranquilamente.
Selecciono el libro nuevo. Empiezo. No me entero. ¿Me pasa algo? ¿Estoy
enferma? ¿He perdido mis superpoderes lectores? No. La mujer de al lado tararea una canción por lo bajo.
¡¡Aaaaarggggg!! Tengo buen oído. Es útil pero a veces es una maldición. La oigo
perfectamente. No me concentro en lo que leo. Será que con tanto amor a Dios se
me ha ido el santo (la santa en mi caso) al cielo. Contesta una llamada.
Cómo
no, se pone a hablar normalmente, como lo haría en su casa o en el bar. Es
fundamental que los demás viajeros no perdamos detalle de su conversación. ¡Lo
que nos íbamos a perder!: "Te llamé pero se me quedó el teléfono colgado. Y
luego te llamé y no me lo cogías" Bueno, depende de dónde se quedara
colgado el teléfono. Desde luego si a Pelotillo se le quedara colgado su móvil
de un precipicio yo tampoco se lo cojería.
Ya
totalmente cabreada por mis infructuosos intentos de leer cierro el libro y
enciendo el reproductor de mp3. Me enfrasco en la batalla naval que dio origen
al nombre de "Armada Invencible", que aunque me está aburriendo un
poco, al menos entre los cañonazos y la voz tan agradable de Juan Antonio
Cebrián, no me volverán a boicotear.
En el camino a pie a la oficina he sido interceptada varias veces por una
transeúnte que no hacía más que cruzarse en mi trayectoria e invadir mi espacio
y cuya colonia me estaba levantando el estómago. Solo íbamos ella y yo así que
de ahí mi malestar, que había calle de sobra.
Al final me la he quitado de encima.
Creo
que hoy a pesar de todas las intentonas de los hados de sacar la mala bestia
que hay en mí me he portado bien. Espero que los Reyes Magos hayan tomado buena
nota y vean que este año he sido muy buena para lo que podía haber sido. Si no, tendré que unirme a la predicadora del metro y gritar con ella:
"¡¡Arrepiéeentete!!"
Yo también veo en el metro, de vez en cuando con una señora de unos 60 años, con un aspecto muy normalito, que que va con una biblia (no sé, lo mismo es el libro de "1080 recetas") en la mano y dice algo por el estilo, o eso creo yo.
ResponderEliminarPorque no se la oye mucho, con el ruido del metro y además no cuenta historias tan largas, solo va de un lado a otro de los trenes (como ahora no hay separación entre vagones) diciendo frases del tipo "Abre tu corazón al Señor, el Señor es tu salvación".
Pero vamos, que lo mismo dice "Abre la lata de melocotóon".
Jaja, la verdad es que a la que digo yo se le ve la campanilla cuando habla, y lo mejor es cuando intercala salmodios y ya no sabes si habla, canta, o es que le tiembla la voz... O se le ha rayado el disco. :)
ResponderEliminarY que hayas tenido que sufrir esas duras pruebas con suma paciencia para que otros nos estemos riendo... ¡Qué poca consideración! ¿eh? xDD Qué quieres, es que lo cuentas tan bien...
ResponderEliminarMe temo que como lectora no te dejarán recrearte, pero como observadora... ahí eres única, jeje
Pensé en tí, amante de los libros, cuando ví esto:
ResponderEliminarhttp://noquedanblogs.com/arte/monumentos-tallados-en-libros/
[No se porqué, pero cada comentario me cuesta unos 10 o 12 intentos, para poder publicarlo... ¿será una falla de blogger?]
ResponderEliminar¡Madre mía! ¡Qué bonito! Y también tengo que decir ¡qué paciencia para tallarlo! Es una pasada. Gracias por el enlace :)
ResponderEliminarNo sé, a lo mejor es que está saturado. A mí de momento no me pasa eso pero sí lo he notado a veces un poco más lento de lo normal.
JuanRa Diablo
ResponderEliminarAis, que te he saltado en la respuesta. :S
Me alegro de que te haya divertido la entrada, así tanto sufrimiento tiene su recompensa :P
Yo si pagan bien me ofrezco de Observadora de Acontecimientos Extraños, así en general...aunque ahora que lo pienso, ¿para qué van a pagarlo? ¡si ya lo hago ahora gratis! :)
La próxima vez que te la encuentres dile que si no para te saltarás uno de los mandamientos: No matarás. Y claro, no querrá que te desvíes del buen camino. Aaaaaiiissss, yo en mi coche con mi calefacción y mi asiento mullidito y mi música (y mis atascos y los que se cambian de carril sin mirar y no tener sitio para aparcar y negaré haber dicho esto si me preguntan...)
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