28.12.11

Leer sube la tensión


Esta semana interfiestas estoy trabajando mañana y tarde en la oficina. Tengo la suerte de tener jornada intensiva durante el año pero cuando llega la época de las vacaciones mi compañera y yo vamos al revés que todo el mundo y es cuando más horas nos toca hacer y las peores, porque apenas hay trabajo.

Siete y media de la mañana. Llega el metro. Me desplazo un poco para entrar al vagón de al lado que parece menos lleno -ya de por sí poco llenos estos días en los que trabajamos una minoría a juzgar por la de sitios libres que hay-. Me siento. ¿Leo o escucho? Llevo días "escuchando" porque acabo con la vista bastante cansada pero echo de menos leer una buena historia. Me decido a leer. Mala decisión.

Entra una mujer cantando. La conozco. De vista. Y de oídas, ¡cómo para no haber reparado en ella! La he oído caminar por el andén de una de las estaciones por las que paso hacia mi primera parada. Es una fanática religiosa que va arengando a todo el mundo y a nadie en particular, a voz en grito, diciendo cosas como "¡¡Arrepiéntete!! ¡¡Ama a Cristo!!" y cosas del estilo. Su aspecto exterior es bueno, va bien vestida, no parece que pase hambre, ni que esté viviendo en la calle ni que por lo tanto haya perdido unos cuantos tornillos, lo que por otra parte sería comprensible en una situación así y suscitaría más lástima que otra cosa.


Tenemos el honor de que se suba a nuestro vagón. Nos infla las orejas y la cabeza de doctrina servil a Dios, de la vida en adoración al Señor, de que no nos podemos quejar de que en nuestras casas las cosas no vayan bien si no le amamos, etc etc. Nos da lecciones interminables de fanatismo, nos cuenta que a su casa van mujeres a las seis de la mañana a rezar ¡a las seis de la mañana!. Y digo yo, ¿qué hace ella en el metro que no está rezando con ellas? Los del vagón de hoy hubiéramos estado muy agradecidos si hubiera decidido acompañarlas. También me he acordado de sus vecinos. Como recen igual de alto que esta mujer habla seguro que ninguno se levanta tarde.

Yo sin poder leer una línea menos de cinco veces. Al llegar a la segunda estación de mi recorrido pienso: "bueno, ya está, se baja y ahora a pegar voces por los andenes". Pues no. Sigue. Se suben pasajer@s nuev@s. Resoplan. Murmuran. Uno pierde los nervios y pregunta tan alto como ella: "¿te queda mucho?". Inútil en el mejor de los casos. Esta mujer está en trance. Le ignora. ¿Habrá desayunado galletitas psicodélicas? El hombre desesperado, se baja y se cambia de vagón. De fondo se oye la música frenética de un acordeón  de alguien que estará tocando para ganarse unos eurillos (o eurazos que yo creo que se sacan una pasta gansa al final de la jornada). En ese momento siento que amo a todos los músicos y artistas ambulantes que realmente hacen algo para ganarse el dinero. Es un concepto de trabajo sutil pero por dios, ¡no, por dios no!, ¡por favor! que alguien se lleve a esta tipa.
Empiezo a tener pensamientos asesinos.

Así hasta seis estaciones. Parece poca cosa pero allí dentro, atrapados entre ese espacio reducido y la intención de llegar a tiempo al trabajo no es baladí tirurí.
Me contengo. Me resigno a leer la misma página cinco veces, los párrafos en orden aleatorio, total no me estoy enterando de nada. Se me ocurren mil argumentos que rebatir a la individua. Cojo un punto y seguido y de carrerilla me impulso y me leo una frase de un tirón. Parece que lo he conseguido. Estoy en mitad de la siguiente frase y oigo a la mujer desenfocada, de fondo, pero su palabras crecen y las vuelvo a tener en mis oídos.
Se baja por fin y respiramos todos de alivio. Se baja en la estación en la que ya la he visto gritar otras veces. ¿Aprovechará su viaje al trabajo para convertir? Cuando la ves por primera vez piensas que va a sacar agua bendita y la va a asperjar a todo lo que se mueva y/o respire. Apenas me he recompuesto y ya me va a tocar bajarme a mí para el transbordo. Voy a cambiar de lectura. Llevo varios días intentando leerme un ensayo que está bien pero que no es apto para esas horas tan tempranas. Lo marco y busco otro libro (electrónico. La biblioteca de Alejandría no se quemó, la llevo yo en el bolso. Ojalá.) Hojeo las carátulas. Mmmmmm.

Camino por el interminable pasillo de todos los días y llego al andén para retomar mi trayecto en otra línea. Me subo al vagón. Por fin puedo leer tranquilamente. Selecciono el libro nuevo. Empiezo. No me entero. ¿Me pasa algo? ¿Estoy enferma? ¿He perdido mis superpoderes lectores? No. La mujer de al lado tararea una canción por lo bajo. ¡¡Aaaaarggggg!! Tengo buen oído. Es útil pero a veces es una maldición. La oigo perfectamente. No me concentro en lo que leo. Será que con tanto amor a Dios se me ha ido el santo (la santa en mi caso) al cielo. Contesta una llamada.
Cómo no, se pone a hablar normalmente, como lo haría en su casa o en el bar. Es fundamental que los demás viajeros no perdamos detalle de su conversación. ¡Lo que nos íbamos a perder!: "Te llamé pero se me quedó el teléfono colgado. Y luego te llamé y no me lo cogías" Bueno, depende de dónde se quedara colgado el teléfono. Desde luego si a Pelotillo se le quedara colgado su móvil de un precipicio yo tampoco se lo cojería.



Ya totalmente cabreada por mis infructuosos intentos de leer cierro el libro y enciendo el reproductor de mp3. Me enfrasco en la batalla naval que dio origen al nombre de "Armada Invencible", que aunque me está aburriendo un poco, al menos entre los cañonazos y la voz tan agradable de Juan Antonio Cebrián, no me volverán a boicotear.

En el camino a pie a la oficina he sido interceptada varias veces por una transeúnte que no hacía más que cruzarse en mi trayectoria e invadir mi espacio y cuya colonia me estaba levantando el estómago. Solo íbamos ella y yo así que de ahí mi malestar, que había calle de sobra.  Al final me la he quitado de encima.

Creo que hoy a pesar de todas las intentonas de los hados de sacar la mala bestia que hay en mí me he portado bien. Espero que los Reyes Magos hayan tomado buena nota y vean que este año he sido muy buena para lo que podía haber sido. Si no, tendré que unirme a la predicadora del metro y gritar con ella:
 "¡¡Arrepiéeentete!!"


26.12.11

Navidad y pensamientos locos


Ya se ha pasado la navidad. Esto fue lo que me dijo Pelotillo el 25 por la noche, de vuelta a casa, después de la comida familiar.
A mí se me cayó el alma a los pies.

Es habitual que para algunas personas la llegada de la navidad sea motivo de tristeza. Bien porque echan de menos a un ser querido que ya no está, porque recuerdan algún acontecimiento desagradable que coincide con esa fecha o porque precisamente en esas fechas en las que aparentemente todo el mundo está feliz y contento es cuando más contrasta un estado de ánimo triste que se agrava aún más. 

Mis peores catástrofes han rondado siempre la navidad. No sé si porque en esas fechas se produce un efecto resumen del año/vida y la gente toma decisiones que antes no creía necesitar o porque entra prisa por apurar los cambios para empezar el nuevo año estrenando situación vital, incluido mi propio organismo.

En realidad en estas fechas la gente no está mucho más alegre ni divertida, si obviamos las copas de las comidas y cenas de navidad. 
Más bien parece que estemos complacidos con el ambiente que se crea alrededor, imbuidos por ese sentimiento apacible, familiar, obsequioso que lo impregna todo y nos hace querer ser mejores personas. 

Aceptamos blandamente el trance y somos más condescendientes, todo es luz, color, brillo, pensamientos positivos (en teoría) alrededor de qué regalar, cómo preparar la cena, la comida, etc. Acompañados también por los negativos de las prisas para comprar, inmolarse anímicamente al entrar en un centro comercial atiborrado de gente, no saber qué escribir en la carta a Papá Noel y a los Reyes en nombre de tantas personas, cómo impresionar el estómago de los invitados sin apenas cocinar...., llegar a fin de mes..., no coger cuatro kilos extra que nos obliguen después a meter tripa para entrar en los pantalones... 
(Para eso se hicieron las rebajas, para renovar el vestuario después de las fiestas porque ya nada te vale, pero a la mitad de precio que si no en pelotas que íbamos a ir).

A mí lo que me deprime es precisamente que se acabe toda la magia. Las navidades como adulta no son lo que era de niña porque son una carga de trabajo extra pero me gusta reunirme con mi familia, respirar el ambiente festivo, ver la iluminación de navidad, ver películas sobre navidad, escuchar canciones navideñas -aclaro que no los villancicos-, los anuncios de perfumes...


Sí, me gustan los anuncios de perfumes. Están cargados de promesas y puntos y a parte de lo más interesantes. Tienen una magia que fuera de esas fechas no pega (chirría)...No me miréis así, por algo semejante sería que elegí Publicidad, ¿no?...Jo.

Hay unos cuantos momentos perfectos en la navidad (como adult@):

-ver una buena peli que reponen en la tele en las noches previas a los días señalados, a ser posible tarde, que descubres por casualidad cuando todo está en silencio, y con poca compañía (no más de uno) 
-ayudar a la Corte Real y Papal Noélica, a envolver regalos a altas horas de la noche mientras escuchas de fondo una buena peli, o no tan buena, que ya has visto; o escuchas música tranquila. O tu programa de radio favorito (el mío es de madrugada pero si no también vale un podcast).
-escribir, (generalmente fuera de fecha porque es en las noches previas a nochebuena) felicitaciones de navidad que no has podido enviar antes (yo este año no he enviado ninguna).
-la noche del uno de enero disfrutar de un merecido descanso en el sofá pensando con alivio que se acabó la paliza pero aún te queda Reyes para saborear los últimos momentos navideños.

Entre las cosas que no me gustan nada de la navidad está la interpretación religiosa. Respetar respeto pero no hay cristiano que me convenza de que no es más que una tradición.
Tampoco me gustan los dulces navideños, solo el roscón de reyes y los turrones de chocolate pero éstos prácticamente no cuentan porque no son muy turrones, son como tabletas de chocolate vestidas de gala.

Algo que no entiendo aunque tenga toda su lógica es desearse "feliz salida y entrada de año". Es lógico porque uno se lo suele decir a la gente que va a ver nada más empiece enero -no es plan de desear felicidad para el año entero si te vas a ver todos los días- pero sin embargo no se utiliza en las felicitaciones, donde se suele decir "feliz año" o "feliz 2012". 
Quizás es que la tradición de las uvas es más peligrosa de lo que parece y tememos por la salud de nuestros congéneres, más concretamente por la muerte por atragantamiento.


Tradición la de las uvas por cierto que puedo incluir entre las cosas que no me gustan de la navidad. Solo una o dos veces en mi vida he conseguido comérmelas a tiempo. Debería decir que el resto de veces ni lo he intentado y siempre empiezo antes. Eso de felicitarse el año justo después con los mofletes  hinchados como los de un hamster disparando pepitas  a discreción con cada beso me resulta incómodo. 
Pero notar que la casi docena de uvas dentro de la boca se asoma peligrosamente a mi garganta me angustia. 

Lo que llevo fatal es que se acabe la navidad y empiece enero, como si nada hubiera pasado. Me entristece y necesito quitar los adornos en seguida, que si no parecen caídos después de una batalla perdida en la que no hay vencedores.

Como una jarra de agua fría llega el mes más empinado, con su realidad cruda y dura, seguido de un montón de largos meses por delante para trabajar, madrugar, suspirar por puentes o por las vacaciones de verano y donde te tienes que quitar todo el encanto navideñil de un manotazo y ponerte la máscara de soldador para caminar entre el gentío camino de un año nuevo.  Se acabó la ciudad iluminada de noche, ya no hay que pensar en el prójimo y todo el mundo tiene el mismo mal café de siempre.

Menos mal que vivo en España y aquí se celebra el 6 de enero que si no, no sé qué haría yo con una navidad tan corta. Probablemente tendría que suicidarme con una pistola de polvorones.

23.12.11

Navidad en las pequeñas cosas



Feliz Navidad

21.12.11

¿Y si toca?


¿Cómo cambiaríais vuestra vida?

20.12.11

Fotografía consciente



Ésta es una muestra de lo que he disfrutado en L'Atelier de Jackie Rueda.