24.6.10

Humanimales

Hace un par de fines de semana fuimos al zoo. Me gustan los animales. Me encantan.
No puedo viajar y recorrer el mundo buscando a los animales en su hábitat. No puedo vivir en el campo, en plena naturaleza...de momento.
Aunque ahora que lo pienso, si se da la circunstancia algún día, debería hacerme con una mansión para que pueda dar acogida a todos los animales abandonados, perdidos, heridos o visitantes ocasionales y permanentes, que  yo me conozco. Es por esto que aunque no estoy de acuerdo con las motivaciones de fondo de los zoos, ni con las condiciones que ofrecen a los animales retenidos en cautividad en un medio antinatural no tengo otra posibilidad más apropiada para ambos -para ellos y para mi- de verlos.

No sé si fue porque yo tenía los polos de la sensibilidad cruzados y en algún lugar de mi mente algo hacía "corto" o es que simplemente fue un día...raro.
Solo estuvimos unas 3 horas pero para cuando salí de allí pensé que de todas formas había sido suficiente.

Vimos los elegantes y siempre correctos flamencos. Parece que posan y da igual que estén rascándose, echándose un sueñecito o comiendo de tu mano.

Sobre esto, un apunte. Para evitar alimentaciones descerebradas a base de ganchitos y otras chucherías sintéticas/sacar un beneficio extra han puesto expendedores de comida para los animales más accesibles.
Por 50 céntimos tienes un puñado de alimento que puedes dar directamente a los flamencos, por ejemplo.
Ya que muchas personas se saltan las recomendaciones de no alimentar a los animales con productos para consumo humano, de este modo se evitará que enfermen...o que muten.

Nuestros pasos nos llevaron a la zona de la granja. Allí había lechuzas. Tiesas como estatuas de piedra durmiendo erguidas y recogidas sobre sus patas; podías verlas a través del cristal que las separa del mundo exterior...Fue aquí donde comenzó una tarde más agridulce de lo habitual.

En los tocones de los árboles que tienen dentro de su habitáculo había expuestos varios pollitos amarillos con las patas tiesas, algunos ya habían empezado a servir de tentempié...o eso espero.

Sí, ya sé que las lechuzas tienen que comer. Que el Zoo no es Hogwarts y que las lechuzas no te traen cartas ni escobas voladoras. Pero quién no recuerda -de mi generación, supongo- haberse llevado algún pollito a casa para cuidarlo con mimo, viéndo sus andares desgarbados y su piar pidiendo protección.


También hubo momentos divertidos. Estupendas como ellas solas las cabras de la zona de la granja. Están en un espacio vallado y abierto donde puedes meterte para estar con ellas.
Me parece genial para niños y adultos; poder tocarlas e incluso coger algún cabritillo en brazos. Eso sí, estaban totalmente avispadas -además de acabradas- con el tema de la comida.
Directamente buscaban en tus manos alguna golosina que llevarse al morro y si no, a por el siguiente. Hasta el punto de que con tanto humano susceptible de llevar algo comestible encima allí dentro, te empujaban para pasar, buscando entre los bípedos semirracionales el candidato a proveedor. Muy divertidas y muy a su aire.

 

Otro buen ejemplo de mendicidad animal fue el de los lémures de cola anillada. También pegados a las vallas esperando refrigerio extra.


Como la cosa va de comida incluyo la foto de esta leona marina, que había terminado el espectáculo justo cuando llegamos a su recinto, pero que gracias a los entrenamientos posteriores que hacía con su cuidadora nos regaló algunos ejercicios extra. Este es uno de los momentos de la recompensa por el trabajo bien hecho.



Sobre leones terrestres poco se puede decir que no esté dicho ya: el león se comporta como el rey de la selva que es y las leonas, en el zoo, tienen bastantes más horas de descanso que en libertad así que casi siempre están solazándose sabiamente.


Este león del Atlas estaba haciendo lo que suelen hacer los leones en libertad, es decir, tocándose los h****s, es decir, nada.

Visitamos la jaula de los mandriles. Son animales que transmiten una gran fuerza y sensación de poder. De mirada inteligente también están entrenados en el arte de pedir-recibir comida. 
Controvertido sería dilucidar el origen de esta costumbre. ¿Quién se adiestró primero? ¿El animal a pedir comida? ¿O el humano a darla con el motivo de ver qué pasa?


En línea con mis "fusibles sensibles" diré que esta imagen me provocaba lástima. Quizá sea la semejanza entre primates y humanos o mucha película dramática vista ya pero me recordaba a las cárceles, a la miseria e injusticia en muchos países, a los judíos en los campos de concentración.

Los monos que no están en jaula, los papiones cinocéfalos para ser exactos, como siempre fueron muy entretenidos. Lo mejor ha sido ver a dos monitos jugando con unas cuerdas que estaban tan altas para su tamaño que tenían que pegar saltos: se cogían, se descolgaban; y las monas con las tetillas caídas por dar de mamar. Muy simpáticas.


No sé porqué siempre acabo yendo al zoo cuando hace calor porque luego la mayor parte de las estampas que te encuentras son como ésta:





Otro mal trago lo pasamos con los rinocerontes blancos. No sé la razón pero estos dos adultos estaban enfrentados. Abrieron la compuerta para que uno de ellos se pudiera retirar pero debido a su mal caracter -el de la especie- no había formar de irse sin dar la espalda al contrario. Cuando volvimos a pasar por allí se habían lastimado mutuamente con los cuernos y los envites.


La visita de este día finalizó con los suricatas, cuya expresión tan simpática hace que te den ganas de llevártelos a casa, tentador ya que por lo visto resultan muy sociables y fáciles de domesticar.


Nota llamativa es que a mi paso por la visita al zoo pude comprobar que Disney y Dreamworks han hecho un buen trabajo pues no hacía más que situar a cada uno en su película: al león, al mandril, al suricata, al lémur...

Al final las películas infantiles nos dejan sin animales auténticos.

Mi última reflexión va para el tema de la comida y es que viendo la pasión de algunos animales del zoo por picotear entre horas, probablemente como sustituto de otros estímulos mejores, no es de extrañar que en el llamado primer mundo haya todo un negocio alrededor de la comida y tantos desórdenes alimenticios.

7.6.10

Tiritas precortadas esquivas

Siempre que tengo tiempo suficiente voy andando a todas partes. Siempre que tengo suficiente y la distancia no es terriblemente larga.
Por ello es que cuando tengo que ir a la sesión de fisioterapia prefiera ir caminando, incluso en verano. El único elemento climatológico que me hace descartar el sano ejercicio de andar en estas ocasiones es la lluvia pues no es cuestión de llegar al centro de masajes y empezar a despegarme la ropa del cuerpo como si estuviera mudando la piel y forman un charco de agua en la camilla.

La última ocasión ya empezaba a apretar el calor de la forma en que lo ha hecho estos días pasados y es sabido para casi todo el mundo que cuando empieza la temporada veraniega en Madrid -aunque no sea oficialmente verano- poner en contacto directo calzado y pies tiene sus dolorosas consecuencias.
Yo pensé que esa prueba de fuego, nunca mejor dicho, ya la había pasado con unas zapatillas estupendas que me compré hace poco, muy cómodas en todo excepto en el talón. 
Dispuesta a ir caminando al masaje con el calorcito abrasador elegí las susodichas. Después de un momento de indecisión opté por arriesgarme y salir sin tiritas pues ya había sufrido lo mío aquella vez y desde entonces otro calzado estival ha pasado por mis pies sin apenas consecuencias.

Aunque no fue ni mucho menos tan grave como esa primera vez en que parecía que llevaba dos pirañas enganchadas a mis talones, poquito a poco fui notando un leve mordisco constante y preocupante. Llevaba dos boquerones rabiosos.
Mis expectativas al principio del camino fueron que los pinchazos podrían no pasar a mayores y hacer el paseo ida y vuelta con alguna molestia pero sin impedimentos...hasta que a mitad de camino empecé a pensar en pedir dos tiritas en el centro de masajes  y para cuando llegué allí me fui derechita a la farmacia a comprarme una caja.

-Buenas, necesito tiritas de tela o tendré que volver a casa arrastrándome sobre la tripa, ayudándome con los codos.
-Vale, ¿precortadas o normales?
-Precortadas, por favor, que con los dientes creo que voy a tardar mucho.
-Pues no tengo.
-..........
-Uy! No sé para qué te pregunto si no tengo, jiji.
-Ya...Entonces necesito unas tijeras.
-Vale, ¿cuántas quieres que te corte?
-Cuatro, que me pienso forrar hasta el tobillo.

Me corta una y hace el gesto de dármela. En vista de que ese día no iba a sacar nada coherente de la farmacéutica decidí pedirle solo una tirita más pues si le repito que cuatro a lo mejor me da seis o me hace una tira de muñequitos y yo no tenía tiempo para guirnaldas. 
Cuando le pregunté el precio, con las tiritas ya cortadas, debí decirle: "uy! no me queda!" pero una es buena y no va haciendo esas cosas por ahí a pesar de que en esta farmacia se lo hayan ido ganando a pulso.

Estoy considerando la idea de que para contratar al personal estén haciendo casting en vez de entrevistas de trabajo porque tienen una forma bastante subjetiva de atender a sus clientes. Pero esto será motivo de otra entrada...


1.6.10

El gimnasio en casa

Seguro que todo el mundo en algún momento de su vida ha pintado una habitación, propia o ajena; incluso puede que un piso entero.
La primera vez lo haces con ilusión, pensando que ya formas parte de esa población adulta o semi-adulta que se ocupa de cosas tan responsables y serias como decidir sobre el color de la pintura del lugar donde habitas.
Porque el primer elemento de independencia, ja, qué ironía, es que tienes un piso a tu nombre...o un contrato de alquiler a tu nombre.
La ironía es que ahora eres dependendiente de tener un trabajo continuado para pagar un piso que hasta dentro de 20 ó 30 años sigue siendo del banco.
Pintar un piso habitado por ti es como la insignia de la independencia del vínculo paterno-filial, mucho más importante que el hecho de que la gente asuma que fumas o que te reconozcan la capacidad de practicar sexo con otras personas y que eso no sea motivo de asombro.

Yo en mi vida y no dedicándome a este oficio para mantenerme, el de pintar, he pintado 2 pisos y medio.
Precisamente me encuentro en el medio de ese último medio y podría decir que como dato curioso es la primera vez que pinto un piso en el que vivo todos los días y no tengo posibilidad de escapatoria.

Cada vez me gusta menos pintar. E inversamente proporcional a esta tendencia he de decir con cierta modestia que cada vez se me da mejor, le cojo mejor el punto y me canso menos...pero lo odio más.

Esta última medio-vez también me he dado cuenta de que he sacado músculo pero como la tabla de ejercicios con rodillo "solo" ha durado cuatro días, con trabajo remunerado en oficina incluido, no ha habido una tonificación espectacular. Pero casi casi ha sido como ir al gimnasio a "hacer aparatos". Por supuesto, Pelotillo también estuvo entrenándose pero por otras circunstancias tuvo que dedicarle un poco menos de tiempo.

El dinero no da la felicidad pero...¡anda que no facilita la vida! 
Si pudiera contraría dos servicios: 
  • el de las tareas de casa y así conseguir que ese proyecto misterioso arrancara de una vez. Se está volviendo misterioso hasta para mi pues no paro de idear cosas nuevas pero quiero sacarlo en orden; ¡la mente es más rápida que la mano!
  • el de pintar con rodillo y brocha gorda...o metiendo un petardo en un bote de pintura tipo Mr. Bean, no me importa con tal de no hacerlo yo.

Como con las experiencias regulares -no diremos malas que tampoco hay que exagerar-, me quedaré con lo bueno, que es el resultado:

Pelotillo siempre sabe sacar de la rutina una sorpresa y hacer regalos muy creativos debido a lo buena persona que es: él solito hizo desaparecer el decorado habitación-en-proceso-de-pintado para descubrir la nueva habitación en que se había convertido después de pintar, todo en un tiempo record.