22.10.10

Las vidas que nos faltan por vivir

Últimamente me da por usar el mp3 cuando viajo en metro, transporte que utilizo todos los días, mínimo dos veces. La culpa la tienen los podcasts de La Rosa de los Vientos, a los que me he aficionado desde que tengo un casi reciente y un sin-casi flamante reproductor que los admite.

Al no llevar los ojos fijos puestos en un libro, que es una de mis otras grandes pasiones, me entretengo en observar.
No hay mucho que ver en el sentido de que todos los días vamos un número considerable de personas a nuestros destinos de estudio, trabajo u obligaciones en general -porque a esas horas nadie usa el metro para ir a divertirse- con mucho, con más o con menos sueño, y con expresiones distintas según sea el día de la semana y el runrún de nuestras vidas. De vez en cuando y en medio de tan gris escenario destaca algún individuo o individua por alguna razón pero son las menos.
Sin embargo ayer reflexioné sobre algo que me recordó lo limitados que vivimos en nuestro micro-mundo que nosotros mismos nos fabricamos: dormir-comer-beber-trabajar-divertirse-cuidar de la familia, etc.

Se subió al vagón un chico mayorcito que creo que debería rondar la treintena larga, con síndrome de down. No sé en qué grado. No sé siquiera si para ello existen grados y aquí adelanto parte de la reflexión.
Se aproximó para agarrarse a una de las barras de sujección del metro que estaba en el centro de los asientos (son como reposabrazos agigantados para que la gente que va de pie cuando el vagón está lleno no ruede a lo largo de todo el tren en las arrancadas y frenadas; los que viajáis en el Metro de Madrid sabréis a qué me refiero).

Y aquí empezaron los sutiles cambios. El chico miraba hacia su derecha y de repente se echó a reir de una forma abrupta.
La chica que estaba sentada enfrente de mi le miró y en su rostro ví recelo, el resto de pasajeros intentaban disimular su desconcierto como si nada hubiera pasado -un vagón de metro es el escenario improvisado donde cualquiera podría llevarse un oscar a la mejor interpretación-.

Todavía en ese momento yo tampoco estaba muy segura de la situación ya que es cierto que en el metro a veces vemos individuos de lo más extraño y en una gran ciudad como ésta desconfiar es casi un mecanismo de supervivencia pues somos muchos y no todos tenemos las mismas intenciones y a veces nos vemos obligados a compartir un espacio muy reducido con complet@s desconocid@s que en otras circunstancias nos haría sentir muy incómod@s. Pero por otra parte en este caso era síndrome de down, lo que ya por sí mismo no debería constituir una amenaza para nadie.

Como decía, el recelo que vi en la expresión de la chica de enfrente era en realidad inseguridad y ahí tengo que decir que aunque yo no recelé sí es cierto que sentí también inseguridad -pero no por mi integridad- si no porque no tengo a ninguna persona en mi entorno con estas características y lo desconocido generalmente nos produce rechazo/miedo/desconfianza/inseguridad o como se quiera llamar. Y me pregunté a mi misma si sabría cómo relacionarme con alguien con este síndrome. Probablemente me sentiría ridícula aunque aclaro que por mi, por mi falta de soltura quizás, no por la otra persona.

Durante el transcurso del viaje se levantaron dos personas y este chico se dirigió dudando hacia un asiento libre hasta que apareció a su lado una mujer que supuse sería su madre. Cuando ésta ocupó su asiento él ocupo el otro. Abrió su mochila y le ofreció a su madre inmediatamente y solícito, un libro de pasatiempos que ella rechazó porque leía una revista. El chico se dedicó el resto del viaje a resolver un crucigrama con una concentración muy simpática.

Todo esto me hizo pensar en qué distinta debe de ser la vida para la madre de este chico, en qué distintas deben de ser sus prioridades, en cómo se habría sentido ella al descubrir que su hijo nacía así. Me hubiera gustado saber cómo ve la vida este chico, cómo se sentirá con respecto a los demás, qué pensará de las personas que no tenemos ese síndrome.

Pensé en qué poco sabemos realmente de nada de lo que nos rodea. Estamos cegados por el sentimiento inflado de supremacía de la especie en general y por el individuacentrismo en particular, y el absurdo llega a que ser "normal" no es suficiente, siempre queremos ser admirados, destacar, vestir distinto, ser los más bellos, los más delgados, los más listos, los más atrevidos... ¡y qué poco nos paramos a observar las pequeñas cosas que tenemos alrededor!, los detalles, las vidas de los demás pero no para competir sino para comprender.

Probablemente un gesto de cariño de este chico con síndrome de down sea para las personas que le han educado y ayudado a crecer todo un regalo y muchísimo más grande (que lo es, no es una suposición) que las miradas de admiración de todo un vagón de metro por el cuerpazo que tenemos o por lo el modelazo que llevamos.

Siempre he pensado que menuda ironía sería que los que nos consideramos "normales", "inteligentes", "superdotados" incluso -no hablo de mi-, estuviéramos a años luz de la verdadera inteligencia. 
Siempre he pensado que quizás una buena parte de los verdaderamente inteligentes y capaces de percibir lo que los "normales" no percibimos sean tod@ aquell@s con síndrome de down, autismo, etc, precisamente aquellos a los que no entendemos sin un gran esfuerzo por nuestra parte.

3 comentarios:

  1. Siempre he pensado que hay gente muy rara pero tanto como para recelar de una persona por ser física y mentalmente "distinta" me parece tan absurdo que la que debería recibir educación "especial" es la persona que recela.

    Una vez más la jungla del metro al poder. Muy mal comparado es como cuando vas a salir y la gente se pone delante de la puerta porque quieren entrar antes de que tú salgas o los codazos y empujones por pillar uno de los dos asientos libres sin pararse a mirar si alguien lo necesita más (si puedes correr para pillar un asiento muy cansado no debes de estar). Luego, los olores que al final del día podrían considerarse normales (podrían ¿eh? que en fin...) pero que a las 8 de la mañana denotan falta de higiene corporal, etc. Gente hay para todo y la verdad es que a veces pienso que el raro soy yo...

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  2. Y lo mejor es que al final creo que eso lo pensamos todos...

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  3. ...No que tú seas raro, si no que todos nos sentimos raros...;)

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