11.5.12

~ EL CUARTO DE BAÑO ~


Estoy sentada a la mesita de un pequeño Starbucks del centro de la ciudad. La gran cristalera deja que la luz gris de una tarde que ha sido lluviosa me acaricie con sus dedos. Pone un velo de luz sobre el libro que leo mientras tomo pausadamente un café descafeinado para apaciguar la espera. 

Miro mi reloj de pulsera. Las manecillas plateadas del reloj siguen deslizándose por el rectángulo negro, indiferentes a los acontecimientos que debieron suceder hace ya diez minutos. Mi cita llega tarde y a mí me queda ya poco café en la taza. Mi cuerpo reclama sus rutinas vitales. Intento ganar algo del tiempo que ya está perdido, me levanto, dejo el libro sobre la mesa y me dirijo al cuarto de baño, así luego no habrá interrupciones. 

Abro la puerta encabezada por el cartel con los monigotes masculino y femenino y accedo a un cuarto minúsculo dotado de un lavabo, un espejo sin marco, un dispensador de jabón, una papelera y un secador de aire caliente. Es tan pequeño que para poder entrar y abrir la otra puerta que está enfrente debo primero cerrar la que queda detrás de mí. 

La puerta que debe conducirme al aseo está cerrada. Doy unos golpecitos con los nudillos para comprobar que no hay nadie antes de abrir. No me gustaría encontrarme con algo que no quiero ver. Silencio. Lentamente acciono el picaporte y abro despacio la puerta. Los azulejos blancos de perfecto corte cuadrado y simétrica disposición reflejan una luz intensa que parece aumentar a medida que abro la puerta. Espero encontrarme el retrete blanco habitual pero, como si el habitáculo fuera estirándose mágicamente, no aparece y solo veo más azulejos blancos que se expanden hacia la derecha. 

Bastante extrañada por la situación sigo abriendo la puerta en un momento que se me antoja infinito y cuál es mi sorpresa cuando asomándome por ella, a mi derecha un amplio pasillo más largo que ancho se extiende ante mis ojos. Saco tímidamente la cabeza y veo al fondo una cocina de restaurante. Creía que una cafetería pequeña  tendría una cocina acorde con su tamaño pero estaba equivocada.
Yo buscaba un cuarto de baño pero siento curiosidad y me acerco sigilosamente. Total, seguro que ya me han visto.
Avanzo pero nadie repara en mí. Lo primero que me encuentro es a un cocinero de rasgos orientales que hace volar las verduras en juliana a golpes certeros de cuchillo. Por la destreza y economía de movimientos cualquiera podría decir que es un domador de vegetales. Temo interrumpirle no vaya a ser que se distraiga y acabe cortándose un dedo sobre la superficie de acero inoxidable así que continúo con mi expedición. 
Al fondo a la izquierda un hombre de corta estatura y espeso pelo negro se afana en fregar unas copas a mano que deposita con cuidado en una plataforma en forma de rejilla para que se escurran. Sus movimientos enérgicos, esponja en mano, contrastan con la delicadeza con que apoya las copas cuando las ha enjuagado. 
A su izquierda, a varios metros del señor bajito, un hombre corpulento, más gordo y alto que fornido, se concentra en los fogones, controlando el contenido de las diferentes ollas y cacerolas que tiene sobre ellos. De vez en cuando se vuelve a sus otros compañeros para gritar una petición o una orden a nadie en particular. "¡¡Necesito albahaca!!" o "¿¿Cómo van esas verduras??"" mientras agita una cuchara de madera que en su mano regordeta parece una batuta. 

Están todos muy ocupados y yo sigo necesitando encontrar un cuarto de baño así que me escabullo. A la derecha de la cocina, al final de un espacio vacío que hace de recibidor, veo una puerta en una zona de sombras, casi camuflada con la pared. Cuando mi mano toca el picaporte la puerta se abre de golpe golpeándome la cara y tirándome al suelo donde caigo de espaldas. Un dolor intenso me sube desde la pierna por la espalda y a la vez puedo predecir que voy a lucir un bonito moratón desde la parte frontal de la mandíbula que unirá barbilla, comisura y nariz. No sé por cuál de los dos dolores llorar así que me aguanto las lágrimas expectante ante lo que está a punto de suceder a través de la puerta maltratadora. Despatarrada en el suelo como estoy estiro el cuello y veo a cinco hombres asiáticos, vestidos con traje de chaqueta negro y gafas negras, que han irrumpido en la cocina dando saltos acrobáticos, profiriendo gritos en un idioma que no entiendo y armados con pistolas y metralletas. Al cocinero de las verduras se le ha quedado la juliana congelada en el aire, la batuta del cocinero de los fogones parece una varita mágica suspendida unos segundos y un racimo de pompas de jabón flotan desde el fregadero y se mueven aleatoriamente, como si todo aquello no fuera con ellas. 

Mientras se produce semejante alboroto el chino que se ha quedado custodiando la puerta responsable de mis chichones repara en mí y me hace un gesto con la ametralladora. Tiemblo bajo su mirada oblicua e inexcrutable y la metralleta, así vista de cerca y con la posibilidad de que pueda estar centrada en mi persona, me parece mucho más grande que el hombre que la maneja. Si me apuntara con un elefante en ese momento no notaría la diferencia de tamaño. 

El sicario insiste e intuyo -será el instinto de supervivencia- que lo que quiere es que me levante. Rápidamente aparece otro individuo de la nada y entre los dos me llevan en volandas. Oigo pasos precipitados y por el rabillo del ojo, mientras vuelo hacia la luz del exterior, veo que los hombres de negro se dirigen en estampida con nosotros para atravesar la puerta golpeadora. Una luz inmensa me ciega y me obliga a cerrar los ojos. 

Tanto los hombres que me sujetan como los que nos siguen, parecen entrenados concienzúdamente para no perder ni un segundo de tiempo. Atravesamos a toda velocidad una estancia muy luminosa y apenas he recibido en la cara unos instantes del fresco aire del exterior cuando ya me han introducido en la parte trasera de un coche y éste se pone en marcha de inmediato.
Me duele la mandíbula y estoy tan confusa que no consigo poner en orden el tropel de pensamientos que me asalta.

- Están en un error - logro decir por fin.

Pero el copiloto se vuelve como un resorte para gritarme en su lengua con agresividad. Empiezo a estar muy asustada pero opto por callarme y observar todo lo que me rodea, por si me sirviera más adelante para mi denuncia.
Miro por el rabillo del ojo. A derecha e izquierda me escoltan dos hombres perfectamente trajeados que miran al frente a través de sus gafas oscuras. Me recuesto un poco en el asiento para observar con disimulo sus rostros. Efectivamente son todos asiáticos y diría que parecen clones unos de otros.

El sonido de fondo que me pareció el de la radio del coche me trae frases que sí comprendo.
"¡Otra de verduras asadas!" "¡No me dejéis sin albahaca!" "¿Quién está atendiendo la mesa 5?"
Busco intigada el origen de esas voces y descubro que en el salpicadero del coche hay tres pequeñas pantallas con imágenes de un color gris azulado. En una de ellas aparece el movimiento de los cocineros y camareros de la cocina por la que acabo de pasar, en otra creo ver un lavabo, quizás el del cuarto de baño al que jamás debí dirigirme. En la última reconozco el restaurante.
Por qué controlan desde el coche ese lugar es algo que no alcanzo a comprender. Mis raptores no parecen hacer caso alguno a lo que muestran esas pantallas. Solo la que capta el restaurante parece estar en movimiento, mostrando lentamente todo el perímetro del local.
Sigo hipnotizada ante esas imágenes  cuando el coche enfila la salida a la autovía y el conductor comenta algo con el malhumorado que da las órdenes.
La cámara del restaurante muestra por fin el lugar en el que yo me encontraba sentada. Alcanzo a ver el libro sobre la mesa.
De repente algo me hiela la sangre. Una chica se acerca a esa mesa y se sienta. Coge el libro y lo abre entre sus manos. No soy yo, obviamente, pero me parezco muchísimo. Hasta la ropa parece la misma desde mi distancia y esto me llena de incertidumbre.

- Pero... ¿quién..., qué está ocurriendo aquí?
- ¡No haga preguntas, señorita! - me dice el copiloto, sin chillarme y por fin en mi idoma.

-Quiero una explicación ahora mismo. ¿Quién es esa chica que se parece tanto a mí? Obviamente no soy yo porque yo me encuentro aquí y no puedo…-un golpe sordo me hizo dormir durante un buen rato poniendo fin a mi incontenible verborrea producida por el pánico.

Cuando desperté el coche avanzaba a velocidad moderada, respetando los límites de la autovía. Nada hacía sospechar que dentro se estaba cometiendo, al menos, un secuestro. El conductor apagó las pantallas del salpicadero y apretó un botón que provocó que éstas girasen sobre sí mismas, ocultándose y dejando el salpicadero limpio de tecnología puntera, como el de cualquier coche normal. Me debí de desmayar varias veces porque recuerdo imágenes sueltas, incoherentes.

Un par de horas después, o eso creo, abro los ojos en una habitación sin ventanas, tumbada en una cama bastante vieja cuyo somier chirría al menor movimiento. Consigo incorporarme después de sentir cómo mi cabeza explota ocho o nueve veces seguidas en intervalos de un segundo. Está oscuro, por debajo de la puerta entra un rayito de luz y mis ojos se acostumbran en seguida a la penumbra. Consigo ver un lavabo. Abro el grifo pero no sale agua. Al lado hay un inodoro sin tapa, en seguida vienen a mi cabeza imágenes de películas de cárceles en las que los presos tienen que hacer sus necesidades unos delante de los otros. ¡Qué vergüenza!, pienso durante un momento, y en seguida continúo con la exploración de mi celda. Una puerta con una mirilla que se abre desde fuera. Por un momento pienso que si lo intento la puerta se abrirá y de hecho llevo mi mano hacia el tirador pero lo único que cojo es el aire. No hay pomo en mi lado de la puerta. Paso la mano por la pared y está áspera, áspera y húmeda. O estamos cerca de una gran cantidad de agua o el lugar está tan viejo y ruinoso que las tuberías han cedido al paso de los años y ya no conducen el agua por dónde deben. Intento recordar más películas de presos y secuestros. ¿Qué hacían los protagonistas para escapar? Y lo que es más importante ¿qué hacían para que la puerta se abriese y dos minutos después estuviesen muertos? Tenía que evitar esto último como fuese. Piensa, piensa, me repito. Me siento en la cama a esperar y entonces toco lo que parece ropa perfectamente doblada. En la camiseta hay un logotipo que no alcanzo a ver bien. Tiene unas letras, una A, una B y una… El chirrido de la puerta al abrirse de par en par y la luz que me golpea me sacan de mi ensimismamiento. …Y una C.

-Vístase y síganos. –dice uno de los tres tipos que han entrado
-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hago aquí?
-Nada de preguntas… por ahora. Vístase, ¡rápido! Ya llevamos una hora de retraso.
-¿Retraso para qué? –una sombra oscurece de golpe la habitación. Llega un cuarto individuo, viste como yo, lleva un peinado como el mío, tiene la nariz en punta como la mía…- ¡¿Qué?! –exclamo antes de quedarme sin palabras.

2 comentarios:

  1. Qué principio más prometedor ¿dónde continúa? ¿aquí o en los blogs de los participantes?

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    1. Continuará en los blogs del Diablo, de Pelotillo y aquí en el mío. :)) ¿Te animas? Tu participación sería todo un punto :))

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