3.2.10

Comida Sorpresa

El lunes, después de unos trámites burocráticos cerca de la oficina y directamente recién salidos del trabajo, Pelotillo y yo buscamos un sitio para comer por la zona.
Accedimos al centro comercial que hay cerca y estuvimos echando un vistazo por los restaurantes habituales.
Los menús, quizás por la crisis o vaya usté a saber, no es que fueran demasiado apetecibles así que hicimos una pequeña ronda leyendo cartas de condumios.

Con un agujero en el estómago del tamaño de una supernova y cierto pesar en el ánimo íbamos descubriendo que al que no le fallaba la combinación de primeros y segundos le fallaba que el ambiente era muy ruidoso.
Por si fuera poco -o quizás debido a ello- era de esos días en los que lees los platos y te imaginas lo peor así que no había forma de decidirse.
Lo que no sabíamos es que lo peor estaba por venir.

En nuestro breve peregrinar (he tenido un flash back y nos he recordado a Pelotillo y a mi el verano pasado en el Camino de Santiago pero esa es otra historia) nos topamos de casualidad con un cartel que ofrecía viandas con buena idea y a buen precio.
Miramos el local y nos pareció nuevo, de hecho sustituye a otro que también daba comidas y que ha debido de cerrar desde la última vez que estuvimos por allí.
Se veía moderno, quizás un poco más apropiado para un bar de copas que para un restaurante pero tampoco era cuestión de ponerse tan exigentes.
No había apenas comensales en las mesas aunque esa era la tónica general en todo el centro comercial y quizá también lo que nos hizo deambular indecisos de una carta a otra.

Un camarero amable nos abordó y nos ofreció una mesa. Pelotillo eso lo consideró un punto positivo porque a él no le gusta nada nada nada esperar en los restaurantes, bares o similares.
A mí sin embargo me recordó a mis tiempos en la tienda de cuadros cuando nos decía la jefa: "en cuanto entre alguien por la puerta preguntadle qué desea".
Supongo que cuando nos acercábamos, yo particularmente como si fuera más una voluntaria de Cruz Roja ofreciendo mi ayuda que haciendo un intento de venta agresiva, lo que deseaba la clientela era que la dejáramos en paz para ver la tienda y saber si realmente iba a querer algo o no.

El mismo camarero nos leyó el menú. De primero yo pedí una sopa castellana y Pelotillo unos fingers de queso mozzarella.
Nos pusieron la bebida y nos trajeron dos tapas y después de esperar un rato durante el cual me dio tiempo a acabarme todo el pan de habérmelo propuesto, nos trajeron los primeros.

Mientras tanto, nos percatamos de que en la mesa de al lado había unos señores trajeados, algo orondos y sin consumición sobre la mesa, a los que se les unió un chico joven, ataviado con el estándar(*) de un empresario recién hecho que:

a) sus padres tienen mucha pasta -quizás el padre es dentista en la zona noble de la capital- y ya que le han obligado a coger la rama de Empresariales o Económicas contra su voluntad, le pagan el master y le sueltan el dinero para el negocio, que son las prácticas, y los clientes los conejillos de indias, pobrecilloquelchicotienequeseralguienenlavida.

b)sus padres tienen mucha pasta -quizás el padre es un pilar importante de la economía del país o la madre decoradora de alto standing- y el chico, que ha querido seguir sus pasos y ha desplegado sus encantos culinarios alguna vez con sus amigos invitándoles a cenar "crêpes rellenas de foie con hojas de menta y salsa de arándanos", preparado por él mismo, se ha animado y se ha lanzado al prosaico mundo de la restauración, eso sí, con glamour, mucho glamour y modernidad.

Los fingers eran normales, quiero decir que no eran mutantes. Eran muy similares a los de cualquier otro restaurante de típica comida norteamericana especialista en c-o-s-t-i-l-i-a-s al estilo barbacoa o cajún. Eso sí venían acompañados de una lechuga algo desmayada que casualmente Pelotillo ni tocó.

Lo bueno vino con la sopa.
Visualmente era agua caliente con manchas de aceite megasaturado, trocitos de hierbas aromáticas y una sustancia sólida que flotaba a modo de jirones.
En el paladar era lo mismo con la diferencia de que la especia se reveló como orégano.

Era la Sopa de los Dementores, pero con los dementores dentro. Algún experto en Defensa contra las Artes Oscuras había conseguido atraparlos en la sopa y dejarlos nadando en un plato para quitarte la ilusión de comer.

Dado que no encontré ojos que emergieran a la superficie y los dementores solo se movían cuando removías con la cuchara me aventuré a ingerir cuatro cucharadas por aquello del honor, del frío y del hambre en ese orden.

Pelotillo, generoso como siempre, me dijo que nos repartiéramos los mejunjes y que ambos nos tomáramos la mitad de la sopa y la mitad de sus fingers -a mí esta palabra siempre me hace pensar en miembros dactilares separados del cadáver o momia original- para que sufriéramos a partes iguales y no solo yo.
Pero yo que le quiero mucho me negué a darle mi sopa y sí acepté la mitad de un finger para poder enfrentarme al segundo plato con algo más de valor.
¡La verdad es que no hubiera sido capaz de tragarme ni la mitad de la mitad de aquella sopa!.

Después de ingerir el preparado por cuarta ocasión, la cuchara volvió a su posición de reposo y no volvió a ser movida hasta que el camarero retiró el plato.

Esperamos los segundos.
Y esperamos.
Y esperamos.

Un señor mayor situado en la mesa que estaba detrás de Pelotillo habló largo rato con una camarera y no sé muy bien qué discrepancia tendría con el menú o si es que hizo una petición inusual pero el caso es que después de un largo rato -marca de la casa- salió una mujer que parecía una de las cocineras.
Digo una de las cocineras porque confiaba en que hubiera más de una persona en la cocina pero claro, con lo que tuvimos que esperar para los segundos, creo que era más bien la cocinera.
Eso sí, mucho trabajo no tendrían cuando la o una de las cocineras se pasó sus buenos diez minutos enfrascada en una conversación con el cliente, acompañada de la camarera.

Nosotros seguíamos esperando los segundos; el tema del abuelete se zanjó al menos con respecto a la cocina.

La mesa de al lado quedó libre. La limpiaron con un líquido que recordaba a la lejía diluida y reutilizada varias veces.
Pelotillo y yo quedamos a merced de los vapores que emanaban mientras en el lado opuesto de la zona de mesas, la camarera cambiaba el contenido de la pizarra anunciando Croissante recién hecho a 1 €, eso sí asistida por el joven empresario (ya el dueño) que no sabemos si le hizo la recomendación de la e final o es que no tenía nada que hacer y con esa filosofía empresarial de "que parezcas ocupado aunque no hagas nada" daba imagen de seriedad, compañerismo y buen liderazgo.

Era cierto, la pizarra no engañaba pues como si se hubiesen puesto de acuerdo cocina y camarera, un aroma muy muy concentrado a mantequilla caliente empezó a invadir el local y la zona de mesas mezclándose con el nada grato efluvio de la mesa pseudo-recién-limpiada de al lado.

El Joven Empresario, al que le bautizamos como Sr. Harvard, Yale y Oxford, alternativamente, visitó las pocas mesas ocupadas, entendimos que para preguntar qué tal estaba yendo la comida. Con verdadero horror pudimos comprobar que también se acercaba a la nuestra.

No puedo mentir demasiado sin que se me note cuando estoy fuera de servicio así que estuve a punto de hacer alguna apreciación con respecto a la sopa pero en milésimas de segundo el Joven Empresario blandió su sonrisa corregida en su más tierna pubertad y no pude quitarle la ilusión.
Debí haber luchado con el camarero cuando vino a retirarme la Sopa de los Dementores y quedármela allí en previsión de que viniera el dueño a hacer de maestro de ceremonias, como en las bodas, preguntando qué tal nos lo estábamos pasando...¡Cómo si al final lo fuera a pagar él!
¡Si la hubiera conservado en mi poder la habría interpuesto para que se le apagara aquella sonrisa fatídica!.

Acto seguido llegaron en volandas los segundos: filete de ternera con patatas fritas.

Los filetes nos los comimos por respeto al animal, que al menos no hubiese muerto para nada y los dos coincidimos en que sabían a orégano. ¿Es que les habían hecho un 10x1 en especias al dueño o qué?


Las patatas...A las patatas les debieron dar un tiempo de asuntos propios en la freidora porque estaban algo más duras y más morenas de los normal y más que pincharlas con el tenedor tenías que cogerlas con unas pinzas o bien con los dedos pues no había quien las acorralara contra el plato sin que salieran volando.

Nos sobrevino un momento de introspección a Pelotillo y a mi mientras deglutíamos la carne gomosa, arriesgándonos a hacernos una luxación de mandíbula, manteniendo en silencio una batalla contra el bolo alimenticio de un filete con superpoderes para evitar ser ingerido.
Cuando recuperamos el habla y ya habíamos roído las últimas patatas fritas -y frías- como si fueran frutos secos se acercó un camarero para retirar los platos y preguntar ¡otra vez! qué tal la comida. ¡Menudo empeño!
¿Había cámara oculta y querían vencer nuestras resistencias a la sinceridad a sabiendas de que la comida no se la darían ni a sus propios hijos en época de hambruna?
¿Estábamos verdi-azulados por la hipoxia del momento filete-gomoso?

Pelotillo reflexionó en voz alta acerca de qué podría ir peor. ¡Ingenuo!

Por fin llegó el momento de los postres. Pelotillo pidió un café con hielo y yo unos profiteroles que al menos serían de los congelados, no podrían defraudar, salvo que hubieran roto la cadena de frío y los hubieran vuelto a congelar...
Nos sirvieron el café y los profiteroles decorados con una hoja de menta algo desvaída.

Pelotillo cogió su servilleta por primera vez en la comida -es que es muy limpio y no se mancha nada cuando come- y la desplegó; primero una capa, luego otra. Su expresión había cambiado. Me miró y  volvió a pasar capas de la servilleta como si leyera un libro. ¿Es que había encontrado un mensaje secreto? Con ojos asombrados más grandes que dos soles me miró y me mostró el descubrimiento:
unas fenecidas hojas, supusimos que de menta, apelmazadas y resecas dentro de la servilleta.

A mí me dio un ataque de risa tremendo. Era incapaz de comerme el postre. La situación no podía ser más surrealista.

A lo mejor un cliente con hambre de 6 meses les había regalado a los/la cocinera un ramo de...menta con un lazo y quisieron/quiso conservar unas hojas como amoroso recuerdo...aunque no sería por el excelente trabajo.
También pudiera ser que algún comensal hubiera fallecido de una indigestión, intoxicación o anafilaxis en su local y en el restaurante quisieran hacer un trabajo de hojas secas de...menta -¿por qué no de orégano que hay un 10x1?- a título póstumo.

Después de secarme las lágrimas revisé los profiteroles por dentro no fuera a encontrarme a saber qué especia disecada.

A la par que con los postres, el Joven Empresario se acercó de nuevo para preguntarnos qué tal, otra vez esgrimiendo la sonrisa perfecta, y ¡menos mal que esta vez preguntó por los postres porque yo no hubiera podido disimular más y habría sido presa de un ataque de contradicciones allí mismo!.
Le ofreció a Pelotillo otra cerveza, de nuevo como si invitara él, oferta que Pelotillo declinó amablemente.

Pedimos la cuenta y Pelotillo, en venganza bizarra, soltó un par de cheques que no estaban entre los admitidos por el restaurante, más 10 € en un billete.
El cambio debían ser 4,40 €.
La camarera se llevó el dinero y después de unos largos minutos de deliberación del Joven Empresario consigo mismo volvió la camarera con el dinero intacto diciendo que no podían hacernos la devolución correspondiente de los cheques.

Pelotillo, con gran habilidad y entre sonrisas diplomáticas después de la comida que habíamos sufrido, le explicó que de los cheques no pero del billete de 10 € sí.
La camarera, en actitud de "yo no trabajo aquí" lo que no me extraña en absoluto, nos dijo que por su parte no había ningún problema y que ella se lo decía al dueño.
Pasaron otros interminables minutos y el mismísimo Joven Empresario traía la vuelta disculpándose por el malentendido pues "tenía muchas cosas en la cabeza" y no se había percatado de la confusión.

Decididamente a este chico le han estafado con el master o sus padres le han amenazado con desheredarle si no se ponía a trabajar, pero ya, o sea.

[Si quieres saber cómo lo vivió Pelotillo, sigue el enlace]

(*)El "atuendo estandar" es: camisa de rayas metida en jersey de cuello de pico, vaqueros desgastados, zapatos marrones de ante acabados en punta. Eso sí, esta "catalogación" se hace sin ánimo de herir susceptibilidades, es una forma de vestir como otra cualquiera y en la variedad está el gusto; hasta yo misma habré ido así algún día pero hay que reconocer que es un estilo característico.

1 comentario:

  1. Jajaja, ni yo mismo lo habría hecho mejor. De hecho lo he hecho (valga la redundancia) y no lo he hecho (redundando otra vez) mejor. ¡Qué lio! Me encanta.

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